jueves, 23 de mayo de 2019

Principios de agosto de 2094

Principios de agosto de 2094, en algún lugar al sudeste de lo que otrora fue la península ibérica.

Con las primeras luces del alba un hombre de unos cincuenta años sale por las puertas de una de las últimas ciudades del mundo. Muros de hormigón culminados en alambres afilados protegen a poco más de 6000 personas de asaltantes y perros salvajes repletos de enfermedades y costras. 

El hombre se dirige a uno de los mares de basura más cercanos a la ciudad. Hasta donde le llega la vista solo se ven secarrales y montañas de basura, que son el sustento de la mayor parte de sus conciudadanos y él mismo. Solo les queda eso, rebuscar de aquí para allá, siendo bueno el día en el que algo de ligero valor cae en sus manos. Por la noche, ...
al volver a la ciudad, los afortunados buscan trueque para sus hallazgos, normalmente la poca comida que sobra a los ya de por sí escasos agricultores y ganaderos. Estos a su vez pagan tributo a los dueños de los todavía menos pozos que restan en la ciudad.

Cada año que pasa los buscadores se alejan más de la ciudad, rebuscando en montículos de plásticos y metales oxidados menos explorados. Cuanto más lejos, menos seguro, pero el hombre aún se siente fuerte y se aleja como el que más; busca los montículos menos explorados, armado con una tubería, un par de navajas viejas, pequeñas y oxidadas y un cuchillo panadero algo mayor, en peores condiciones que las navajas.

Este día la fortuna le sonríe; encuentra un libro en condiciones de ser leído, casi completamente enterrado por tiras de plásticos totalmente descoloridos que otrora formaron bolsas de patatas fritas o quizá de otras chucherías. El hombre sabe de buena tinta que a algunos de los dueños de los pozos les gusta acumular libros y conocimientos, seguramente con fantasiosas esperanzas de dirigir a la civilización a aquellos días de gloria y opulencia. Aquellos días son recordados bien por el hombre: su infancia y juventud fue en los años sesenta y setenta de su siglo XXI, antes de la gran hecatombe acontecida entre el 74 y el 79. De niño se atiborraba a chucherías y observaba los hologramas. Ya en la adolescencia el mundo decadente le golpeó con fuerza. Entendió mínimamente las causas económicas y políticas que llevaron a ese irreversible punto. Debido a su juventud no captó todos los matices, pero sí lo suficiente para llegar a la conclusión de que todo aquello era lo que la humanidad se merecía.

El mundo se venía calentando ya desde hace mucho tiempo, pero para cuando llegó la hecatombe el sur de Europa ya estaba gobernado por los secarrales. Esto dificultó la supervivencia aún más. Tras sucumbir la sociedad, durante los primeros años millones de personas vagaban en hambrientas y harapientas hordas sin rumbo fijo, saqueando las ruinas de la civilización en busca de alimento, agua potable y algunos, los más avispados, armas que les dieran poder. El hombre, o más bien el chaval por aquellos días, sobrevivió a duras penas, enfermó en varias ocasiones, pero sobrevivió, que a fin de cuentas es lo importante. Durante los siguientes 20 años la gente murió a decenas de miles por semana, enfermedades, enfrentamientos armados por las mejores zonas y lo más común, hambre y sed. 

Pasados ya 30 años la cosa se estabilizó. Quién sabe si por agotamiento general o simplemente porque quedaba poco más de un 0’1% de la humanidad, normalmente asentada en unos pocos enclaves muy alejados ya unos de otros como para guerrear entre sí. 

El hombre mete en un saco el libro, esperanzado, pues es casi seguro que mañana come. Ya de vuelta a la ciudad encuentra una muñeca encerrada, ¿cómo no? en una caja de plástico. La recoge también, pues, aunque no es seguro, quizás algún dueño de pozo con hija acceda a darle algo de alimento extra a cambio, aunque sea un poco. Los dueños de los pozos son los únicos que se pueden permitir criar, y lo hacen, pues entre ellos es habitual la idea de recrear hasta cierto punto la sociedad. El hombre cree que es debido a su mejor nivel de vida. No notar la miseria y penurias de este mundo, sumado a que muchos nacieron ya en él, les hace tener una idea tergiversada de cómo era todo antes. Para el hombre la humanidad se ganó su fin a pulso y no vale la pena que sobreviva.

Ya con el ocaso y físicamente destrozado ve a lo lejos los muros de la ciudad, con el estómago vacío, pero con la inmensa felicidad de saber que se llenará pronto a cambio del libro. En la portada este lleva como título: “La cría y adiestramiento del caballo a lo largo de la historia”. El hombre sabe que será de interés para los dueños de los pozos, pues aún restan caballos entre los más pudientes.

Al pasar por la puertas de la ciudad, junto con los otros buscadores que regresan, la felicidad del hombre es tal que casi se plantearía criar en este mundo. Una semana después, rebuscando entre la miseria a cuatro kilómetros de la ciudad, nada queda de esa momentánea y en su opinión ridícula idea.

Lander Pascual. Lengua, III- 2 B.

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